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jueves, 10 de septiembre de 2009

LAS FOTOS


Estáis ahí, mirándome desde el papel, con el gesto hierático y los ojos prendidos en un punto que yo nunca lograré divisar; eternamente vivos en ese instante y hoy sólo fantasmas mientras os miro. De tarde en tarde, con una emoción y una prisa que no consigo entender bien, sin motivo alguno, os saco de los baúles, de los libros y os coloco sobre la cama, como una baraja extendida, unidos por familias, por amores o por odios; y allí, en medio de la magia, os devuelvo a la vida.
De muchos de vosotros, en algunos casos, ni tan siquiera sé el nombre, poco o nada conozco de lo que fueron vuestro paso por el mundo, pero en ese instante fugaz, a través de mis ojos sorprendidos, volvéis a la realidad y os rescato de la nada.
Detrás de vuestros cuerpos hay paisajes que, para mi desesperación, no conseguiré identificar nunca, personas que pasan fugaces en el momento en que fuisteis atrapados por la cámara, y que seguramente son fantasmas de otras vidas; estudios de fotógrafos con ornamentos de palacios o verbenas, aviones de cartón que no os llevaron volando a ningún lugar, disfraces que no lograron cambiar ni un ápice de lo que fue realmente vuestro destino.
La sonrisa está quieta, forzada, a veces, es sólo un esbozo; quizá os sorprendieron y no esperabais ser retratados en ese instante. Intento, sin conseguirlo casi nunca, descubrir mis rasgos a través de los vuestros, esa forma de ladear la cabeza, esos ojos grises, azules, castaños, la barbilla redondeada o agresiva, esa tibia sonrisa que deja nublada la mirada como guardando un secreto, aquel brillo excesivo para ser moral de las pupilas, el gesto nervioso de la mano, el dulce apoyo del brazo sobre un cojín... Pertenecéis a mi vida, estáis entroncados con mi pasado; sois sangre antigua que navega entre la mía, esa sangre que tuvo que correr y desgastarse en mil sentimientos desgarrados en mil guerras sin sentido, en mil heridas que yo nunca podré restañar.
Habéis sido mi geografía, tuvisteis que atravesar ríos, montañas, mares y continentes para llegar a este lugar casual en el que yo nací, a este cuerpo mío que os contiene en parte. Gastasteis toda la tinta de vuestra época para tratar de expresar aquello que, para mi desaliento, tampoco yo sabré decir. Amasteis hasta el desaliento, odiasteis quizá mucho más de lo que yo me he atrevido, fuisteis tenaces, francos, absurdos, conservadores, alegres y odiosos, ¡qué sé yo!
Tanto vientre portando semillas, pariendo lo que paso a paso, sin detenerse conformaría mi existencia. De la misma manera abriré yo mi vientre para que vuestra sangre milenaria escape libre a través de mis hijos; tanta vida corriendo por las venas, tanta muerte atrapada en las entrañas. Estáis en ese grito que, a veces, atenaza mi garganta y casi me impide respirar, en esa rebeldía que un día me llevará inexorablemente al fracaso, o en esa calma que aparenta indiferencia y que cubre incluso años de mi vida. Soy hasta el momento vuestra última respuesta, aunque os parezca, absurdo y nada pueda yo hacer por consolaros. Soy lo que ocurrió después, después de todo lo que fue vuestro, de aquella vida amable o pesarosa, de aquella pregunta que aún hoy clama por estallar desde mi boca; os contemplo con desolación y comprendo que la interrogación seguirá ahí, fija, absoluta y terrible, sin que yo pueda responderla y no tenga mejor postura que aquella que adopto con esfuerzo y que traslado a mis hijas por no devolvérosla.